Mamihlapinatapai
- Karolina Gámez
- 7 ene 2017
- 3 Min. de lectura

Llegué un poco exaltado a mi habitación ¿Qué me habían dado? Sentía tantas cosas que no sabría cómo explicarlas, tomé mis audífonos con una lista de reproducción que contenía únicamente mi canción favorita, era la mejor forma de dejar este mundo por un rato y pensar en cosas que me sacaran estas ideas de la mente.
Desde niño he tenido fascinación con los leones: el rey de la selva con su melena dorada, imponente y majestuoso, nadie como él, tuve siempre en mi mente la visión de un animal interior igual de agresivo y dominante. Estaba tan convencido.
Nunca creí en esos "viajes interiores" en los cuales te conoces a ti mismo, sí, esos en los que ves muchos colores, duendecillos extraños y la voz de tu conciencia, aunque debo admitir que ella es hermosa, no imaginaba nada menos parecido a ella, pero mi animal interior, me ha ofendido. Aún percibo el bajo de la música retumbar en mis oídos y haciendo temblar el mismo suelo que pisaba, el roce de la sabana con mi piel se sentía orgásmica. Recuerdo ver la mano de mi compañero extendida hacia mí, pero él ya no se veía igual, por alguna extraña razón era mitad humano y mitad tigrillo, me había invitado a una fiesta en medio de la selva. Caminamos hasta un riachuelo cercano donde pude ver el reflejo brillante de la luna en el agua, no podía creerlo, era mitad lobo ¡LOBO! Bueno, no tengo nada en contra de los lobos pero estaba en ese choque entre la "realidad" y lo que siempre pensé. Sin perder más tiempo fuimos a su fiesta. Mis quejas en el camino no se hicieron esperar, me sentía sucio con este aspecto de cánido, un hediondo carroñero con las garras rebosantes de sangre. Al llegar pude notar la calidez del lugar, era de ensueño, un pequeño claro en el bosque, lleno de antorchas y una gran fogata en el centro, pequeñas luciérnagas adornaban los alrededores, la luna llena contrastaba con este paisaje, pero lo mejor no era esto, no, claro que no. Las personas eran la mejor parte, ellas haciéndose paisaje, aunque no sabría bien como llamarles, pues también adquirieron pieles, eran sus animales interiores: Ojos amarillos gateados, afiladas garras, grandes pelajes de terciopelo blanco, escamas tornasol, plumajes asombrosos, olores que invadían mis pulmones y robaban mi aliento, pululaba la clase en ese lugar. En medio de una espléndida noche de luna llena, las sombras moviéndose al son de la música, tragos y tantos medios animales libidinosos, pude verle; lo hermoso y lo bestial se juntaban en un mismo ser, como si se detuviese el tiempo y nos encerrase en una burbuja donde no existía nadie más, nuestras miradas se cruzaron y nos conectamos simultáneamente de una manera desesperada. Estaba rodeada de felinos muy encantadores, cada cual con lo suyo, no podía negarse que ella era el centro de atención, quizá sus ojos, quizá su pelaje blanco o su melena, no lo sé, pude sentir como mis pies se anclaban al suelo y poco a poco mi cuerpo iba congelándose, estaba mirando a este animal, que debería ser yo, pero en cambio era la mujer más perfecta que nunca he visto, revivió mis amores anteriores para pisotearlos con su existencia. Mi compañero notó mi extraño comportamiento y me dijo las palabras que me marcaron para siempre "Por eso ella es un León y tú el lobo, ellos cazan solos y no en manada como tú". Entendí que mi cobardía se escondía detrás de una máscara, una máscara que nunca quise aceptar, en cambio ella, tenía una gran destreza para desenvolverse en medio de todos, era alucinante verla o sentir la cercanía de su presencia. La música estaba bajando su intensidad y sabía que pronto iba a despertar, pero tenía que hacer algo al respecto, tenía que descubrir quién era, pero mis intentos por coincidir no eran fructíferos. Como si una resonancia límbica nos llamara, llegamos a la oscuridad de la selva y de manera desesperada como si algo nos uniera en un arrebato de mutua posesión, nuestros cuerpos se acercaron… Aún acaricio y me embriago en la sensación de sentir la agresividad con la que sus labios besaron los míos. Un instante sin conciencia donde nada importaba, salvo la infusión de goce que fermentaba mi cuerpo, la música baja su intensidad, ya casi es hora de despertar, pero no quiero alejarme de ella... Mis manos se desvanecían en su cuerpo, su mirada penetraba hasta el fondo de mi alma, de pronto la humanidad se apoderó de nosotros, lo espiritual y lo físico se habían fundido en nosotros con tal perfección como si ella fuese la luna y yo la noche.
En el silencio del crepúsculo todo se detuvo, nunca hicimos ningún pacto, nunca, pero prometí volver por ella, aún duermo con la misma canción, esperando solitario bajo la luna llena esa grieta en el espacio y tiempo para volverla a ver.

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